Una Argentina que pierde sensibilidad.

Desde hace varios años venimos observando una creciente polarización en términos políticos, cada vez hay mayor intolerancia y mayor odio entre el propio pueblo argentino y todo esto alimentado por grandes oligopolios de la comunicación que juegan sus cartas a través de la (des)información. Lo que sucedió el pasado 1 de septiembre en Recoleta superó todo los límites, estuvimos al borde de una catástrofe real.

En este escrito vamos a abordar una problemática que excede lo partidario, acá no vamos a discutir de las diferencias ideológicas entre derecha o izquierda. Lo que intentaremos hacer es inmiscuirnos en una problemática donde el odio se torna protagonista, se traduce en ideas y se está llevando a cabo con hechos concretos.


Naturalizando el odio.

    Cuando uno habla de política con amigos/as, familiares o desconocidos/as, es normal que surjan debates acalorados donde podes compartir el mismo pensamiento con la otra persona y ambos llegar a conclusiones similares o estar en las antípodas. Cuando sucede lo segundo es común escuchar acusaciones cruzadas de corrupción hacia los referentes o funcionarios/as del partido opuesto, más allá de que estas acusaciones estén o no fundadas en condenas efectivas, lo que la mayoría hace es defender la ideología propia mostrando las inoperancias del otro.


    Hasta acá podríamos decir que son charlas o debates dentro de los parámetros normales, es decir, quien no escucho a un peronista tratar de ladrón a Macri o un macrista tratar de vago a un peronista. Lo preocupante es cuando estos debates cruzan la línea y empezamos a promover abiertamente el asesinato de otra persona, ya no solamente en redes sociales, sino cara a cara. Para ser más preciso y hablar con ejemplos, una cosa es decir “Que la pague los que la fugaron” haciendo alusión a la deuda tomada por el deplorable Gobierno de Mauricio Macri y la fuga de capitales y otra cosa totalmente diferente es decir “Matando a Macri se termina el neoliberalismo” o “La década robada” a decir “A Cristina hay que matarla”. Entre un comentario y el otro hay un abismo, son dos mensajes diametralmente opuestos y hasta cierto punto peligrosos.

    Nos puede gustar más o menos Cristina, nos puede agradar o no Macri, me puede parecer gracioso o no escuchar a Milei gritando por todos los canales de televisión, pero creo que el limite esta en el odio y en la forma de exteriorizarse que tiene a través de la promoción de una ejecución pública como si esa fuera la solución a todos nuestros males. Estos últimos años se ha establecido una falsa idea de que eliminando (literalmente) a un/a político/a, seremos una potencia mundial, cuando sabemos perfectamente que detrás de este discurso aparentemente “lógico” y de “sentido común”, se esconde un mensaje profundamente antidemocrático. Muchas veces los mensajes no se analizan con la profundidad debida y se deja pasar mucha información entre líneas, por ejemplo, cuando la justicia se obsesiona con perseguir a un funcionario, detrás de esa intención está la proscripción, cuando el mercado se obsesionan con apretar a un Gobierno para que adelante las elecciones o renuncie el presidente, detrás está la antidemocracia y un potencial Golpe de Estado.


    Si hay algo a lo que debemos estar atentos/as de todo lo que desató el intento de magnicidio contra la Vicepresidenta (más allá del hecho en sí mismo al que debemos repudiar como sociedad), es como el odio se ha vuelto natural dentro de nuestros hogares, dentro de nuestro círculo de amistades y dentro de nuestra sociedad, donde algunas personas con nula vergüenza y sin titubear tiran comentarios del estilo “Que lastima que el tiro no salió” y se escuchan risas cómplices y un chiste digno de festejar. Esto se agrava cuando esos mismos comentarios son hechos delante de niños/as o adolescentes, me pregunto ¿En qué momento se torno “natural” hablar de matar a otra personas en presencia de nuestros hijos/, sobrinos/as, nietos/as, etc.? ¿En qué momento hemos avalados como sociedad el fusilamiento a funcionarios?



    Estos comentarios claramente aberrantes no salen de una clase social en particular, sino que atraviesa diferentes estratos. A lo largo de estas semanas hemos leído y escuchado declaraciones fuera de lugar de sacerdotes, como Juan Pablo Esquivel, pasando por el Diputado Martín Tetaz hasta las mediáticas como Amalia Granata. En lo que respecta a las personas que no pertenecemos al ámbito público tenemos desde familiares con un buen nivel de vida avalando el atentado hasta amigos de clase media - baja que insisten que todo es un “circo”. El odio ha calado en todos los niveles sociales.

    Hoy, el eje de ese odio tiene nombre y apellido, pero el día de mañana ese mismo odio se puede redireccionar a cualquier otro/a funcionario/a, una vecina, un familiar, el comerciante de la esquina, un compañero de la escuela o una compañera del trabajo. Tengo la sensación que cuando uno interioriza el odio, lo toma como propio y lo naturaliza, dispara comentarios de odio indiscriminadamente.



La televisión que no ayuda.

    Así como cada uno de ustedes, que están leyendo este artículo, tiene una ideología política, con los medios de comunicación sucede lo mismo. Haciendo unos minutos de zapping nos daremos cuenta que algunos canales de televisión son muy evidentes con su afinidad y en algunos casos ni siquiera se molestan en disimular.

    Ahora, cuando un medio hegemónico quiere establecer una agenda en la política, sabe cómo hacerlo, ya tienen el ejercicio y la practica. Tomemos como ejemplo la noticia de hace unos meses atrás donde alertaban por un desabastecimiento de café en los próximos 45 días, repitieron hasta el cansancio que se venía una escasez, lo dijeron por radio, televisión, portales web, redes sociales, etc. Fue tanta la difusión que más de uno habrá comprado en cantidad para tener en stock cuando efectivamente haya escasez, pero para sorpresa de la mayoría, llegado el día 45 había la misma cantidad de café en las estantería que días anteriores. Pensemos ¿Existió la posibilidad de un desabastecimiento real durante esas semanas? No, lo que se busco fue crear un ambiente de incertidumbre, ¿Cómo? A través del bombardeo de información supuestamente “chequeada”, la verdad no importa cuando el objetivo es crear paranoia.


    Lo anterior fue un ejemplo simple pero real, ahora, si llevamos esta misma lógica a una figura política, puede decantar en una tragedia. Acá tenemos que hacer una separación entre, primero, la diferencia ideológica que los periodistas puede tener con un/a político/a y, segundo, dedicarle todas las noches varias horas de transmisión donde se insulte sistemáticamente a una persona, es decir, obsesionarse y estar todo el tiempo descalificando y mintiendo. Si te pasas varias horas a la semana autofragelandote con “Basta Baby” o Canosa, es evidente que vas a terminar comprando el odio y replicandolo, ya que programas como ese están hechos para crear odio, no para informar. Lo más triste de todo, es que mucha personas lo toma como real e informativo, pero siendo objetivos y con una mano en el corazón, son programas cargados de sensacionalismo, títulos extravagantes y carentes de contenido. ¿Este tipo de televisión funciona? Sí. ¿Vende? Sí, pero son de todos menos sanos para una sociedad tan polarizada como la nuestra.

    Es común que los medios “sentencien” públicamente a una persona anticipadamente, acá no importa la verdad, no hay tiempo para pruebas ni declaraciones, el objetivo no es informar, sino crear alrededor de un individuo una “verdad”. El problema surge cuando en 9 o 10 programas nos hacen creer que los valores sociales como la moral, la ética o la libertad están en juego y que actuar contra esas persona que están en el Gobierno es legítimo y hasta heroico.


    Con esta premisa como base, podemos establecer que una gran parte de nosotros/as no somos conscientes de lo que puede significar que un medio masivo de comunicación se empecine con alguien, del increíble alcance que puede tener una noticia de fuente dudosa y con una clara intención de perjudicar a un/a funcionario/a o político/a. Los medios son grandes formadores de opinión, son el cuarto poder de nuestras democracias.

Esto es política, no una guerra.

    Dicho todo esto, creo que como sociedad hemos tomado el camino equivocado, tenemos que dejar de ver al otro/a como un enemigo a exterminar, esto es política, no una guerra. A lo largo de nuestra historia tenemos muchos ejemplos de intolerancia donde el final nunca fue feliz, tenemos que terminar con esa falsa creencia que la única manera de resolver los conflictos es a través de la violencia.



    Sería un fracaso total si el día de mañana tenemos un Jair Bolsonaro argentino apuñalado en campaña, sería el inicio de una guerra civil si tenemos a un John F. Kennedy argentino asesinado por una persona convencida que esa es la solución a nuestros problemas. Insisto, me preocupa que como sociedad hayamos naturalizado el odio y que no se esté haciendo nada para revertir esta situación.

 

    Este escrito no busca tener la rigurosidad periodístico que acostumbramos a leer en portales web, simplemente es un medio para poder expresar mi opinión con una situación. Muchas gracias por tomarse el tiempo de leerlo. 


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Un artículo escrito por Alejandro Mairán, estudiante de Licenciatura de Ciencia Política y Administración Pública en la Universidad Nacional de Cuyo.

2 comentarios:

  1. Se me cae más de un lagrimon de impotencia y de tristeza.

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    Respuestas
    1. Si, estamos viviendo una época difícil, donde hay mucha intolerancia y odio, pero tenemos que revertir la situación siendo diferentes.

      Muchas gracias por comentar

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